Casi no había gravedad. El polvo que yacía bajo nuestros pies y al que no podíamos llamar tierra era casi rojo. La luz de la estrella en la que orbitaba el planeta era más leve que la del Sol, lo que le daba al ambiente una textura de pasado. Todo en aquel planeta,era más lento. Y en el aire (si así se lo puede llamar) se podían ver las partículas flotar, a veces eran como plumas de ángel, otras, como gotas de agua, otras, como luciérnagas, de un azul eléctrico destellante (esto ocurría más en las noches). Imaginé que si allí habitarían seres quizá serían como las tortugas o los dinosaurios, caminarían lento, verlos sería como ver una película en cámara lenta. Pero habría algo en sus ojos que sería diferente a la mirada del reptil, algo más pacífico. Sin embargo, eran pocos los seres vivos que pudimos ver. El planeta estaba deshabitado, era casi una estrella que acababa de endurecerse y la vida apenas empezaba a nacer. Aunque casi no había indicios de plantas verdes, había agua, y se percibía la vida en estado latente, la vitalidad que allí se estaba gestando, se podía ver en las piedras. Las piedras estaban vivas. Las piedras que fueron estrellas y fueron piel. Fueron soles lejanos que ahora existen en otras dimensiones, fueron peces, luz, diamantes, abuelos, huesos, elefantes, tiempo. El tiempo que nunca acaba. Que es eterno.
Tras caminar varias horas encontramos estas piedras, muy parecidas a las que hay en La Tierra. Pequeñas formas de vida se formaban en ellas. La piedra adquiría forma circular y contenía dentro de sí a una pequeña partícula que empezaba a formarse. Muy parecido a lo que en nuestro planeta llaman caracoles.
Así se veía el planeta desde nuestra nave.
Así se veía el planeta desde nuestra nave, un poco antes de aterrizar.
Otra de las fotografías que mi compañero pudo sacar desde la nave.
Cuando nuestra nave avanzo sobrevolando el planeta, descubrimos texturas más verdosas. Se parecía mucho a la Tierra. Pensamos que era muy probable que habría vida allí.
Entonces, encontramos agua. Sí, lo que había entre las rocas era agua.
Las texturas eran parecidas a las de nuestro planeta, pero eran vírgenes, aunque en ellas estaba contenido, claro estaba, todo el Universo, toda la historia del Tiempo. Las piedras eran ancianas y niñas a la vez. Y el agua- tan clara, tan clara, nunca en la Tierra se había visto agua tan cristalina y tan pura- empezaba a gestar vida. Se lo podía sentir.
Así fue el Mar de aquel planeta cuyo nombre todavía no encontrábamos. Según el telescopio Hubble respondía al número de HD 85512. Pero no nos parecía justo llamar de una manera tan fría y casi burocrárica a un lugar tan bello.
En HD 85512 el atardecer es un poco más lento. O al menos eso fue lo que nos pareció. La estrella que lo calienta se escondió, aquel día, de a poco, como dejándose ver por primera vez por ojos humanos.
Un mapa de HD 85512 desde la nave, cuando todavía no se veía el mar. Aunque HD 85512 se parece mucho a la Tierra, sus colores son más fosforescentes. HD 85512 es un planeta joven, lo supimos por sus piedras. Acaba de formarse hace 1 millón de años, apróximadamente.
El agua, el cielo azul, las nubes, lo que parecía el mismo sol que ya conocemos, todo eso era demasiado parecido a nuestro hogar. No podía ser coincidencia. Entonces mi compañero dijo que no era el espacio el que se había movido, sino que nuestro viaje había sido interior: éramos nosotros los que habíamos atravesado el Tiempo y habíamos llegado, sin querer, al mismo punto. No estábamos en HD 85512, sino en la misma Tierra. En la misma Tierra antes de que nacieran nuestros abuelos, antes de que fuéramos monos, antes de que existieran los peces, antes, muchos años antes, de nuestra propia existencia.